lunes, 13 de agosto de 2012

Si lo amas dejalo ir [One shot]



Categoría: Slash
Genero: Au / Tragiromance (?
Pareja: Bill Kaulitz x Andrew Biersack
Disclaimer: Todos los personajes públicamente reconocibles son propiedad de sus respectivos dueños. Todo lo demás es propiedad del autor.

Notas del autor: La idea en sí no fue mía, esto es el resultado de un intercambio. Es escrito para Vanne Dunkel con cariño, aunque no haya sabido que era para ella.
P.D: Es la primera vez que escribo un Billsack.



La música resonaba fuerte en la discotecarebosante de gente, haciendo vibrar todo el recinto y cuerpo que estuviera dentro del primero. El volumen estaba al tope, reproduciendo los sonidos electrónicos que poco combinaban pero que a la gente que estaba bailando en medio del local les encantaba.

— ¡¿Bill, quieres algo de beber?! —preguntó un veinteañero de trenzas negro azabache, intentando que su voz se escuchara por sobre la música, a su compañero de fiestas y casualmente su hermano un pelinegro de cabello corto y contextura delgada— Iré a la barra, ¿quieres o no?

— ¡Sí! ¡Un vodka si no es mucho pedir!

El trenzado levanto el pulgar en modo de aprobación, dándole la espalda y escabulléndose entre todo el gentío que se agolpaba en medio de la pista de baile.

Las luces multicolores y una luz blanca, cortante hacían que el movimiento del delgado cuerpo del pelinegro se viera sensual y atrayente a la vista de todo aquel humano que se detuviera a verlo.

—Qué bien te mueves —escuchó Bill cerca a su oído.

Dejó de bailar. Giró la cabeza hasta poder ver el rostro de la persona quien le había hecho el cumplido.

—Gracias —se limitó a hacer un gesto de despreocupación para seguir bailando, solo.
Sintió que le pasaron una mano por la cadera y cómo era sujetado por la muñeca atrayéndolo hacia otro cuerpo y quedando pegado a este.

—Quiero bailar contigo —sus ojos clisaron entre el juego de luces multicolores. Bill contempló el rostro de su contrario; facciones delicadas pero varoniles, ojos claros que no podía definir de que color eran entre una oscuridad luminosa, cabello oscuro y un maquillaje extraño, fantasioso y agresivo a su vez. La atracción era mutua—  ¿Te incomodo?

—No,  para nada —se deshizo de la mano que  lo sujetaba para luego se él quien se apoderaba de las del ojiclaro.

Con el ritmo de la música que bien sería un electro o un dance, se movieron con tocamientos que se considerarían inapropiado pero no para ellos.

Pequeñas gotas de sudor recorrieron el cuello largo de Bill por el calor que se sentía  dentro del lugar y el calor que gustoso sentía por el baile con aquel chico.

—Me llamo Andrew —dijo pegado a su odio. Soltó una risita mientras detenía cualquier  movimiento.

—Dime Bill — sonrió sin esfuerzo y coquetería innata. Olvidando el agarré que cernía sobre el otro cuerpo.

— ¿Te apetece beber algo o no sé…?

Se rió para él ante tan descarada invitación. Se reía por la evidente insinuación, claramente estaba ligando con él.

—Deja el trago para después y ven conmigo a mi departamento —se mordió el labio con milicia—. Pero no vayas a pensar en nada malo, eh. Solo es para emborracharnos en mi casa.

Andrew le regaló una sonrisa de satisfacción. Volviéndolo a tomar de la muñeca, lo haló por entre la gente para buscar la salida.

—Me he dado cuenta que sabes aprovechar las oportunidades — habló con sorna al ver los pasos presurosos de su acompañante.

Una noche de diversión no le iba mal a nadie, la aprovecharía tanto cómo podría. Si habría sexo, pues, bienvenido sea, a cualquier hombre de 26 años le viene bien  descargar.

Entre empujones y trompicones lograron salir de entre toda la gente que aún se movía a los compas de la música. Bill cayó en la cuenta de que Tom había llegado con él a la discoteca y el plan desde un inicio había sido irse juntos. Sería una mala idea irse sin avisarle antes a Tom solo por no preocuparlo más por avisarle de que iría con compañía. Aquello último era lo de menos.

Se soltó del agarre  de Andrew, metiendo una mano al bolsillo delantero derecho de sus pantalones de mezclilla, sacando un ostentoso móvil, regalo de Tom, para enviarle un simple y corto texto.

«Iré a casa. Si te emborrachas, trata en lo posible de darme un timbrazo si necesitas que te recoja.»

Levantó la mirada del móvil, encontrando unos ojos fijos en él, en cada movimiento que hacia.

— ¿Sucede algo? —preguntó curioso, o más bien expectante a la espera de un cumplido.

—No. ¿Vamos? —asintió, pateándose mentalmente ante su idea.

Abandonaron la discoteca. Montando el auto de Bill, un su precioso Audi R8 negro en su totalidad.
El camino al departamento fue silencioso, de aquellos que incomodaban por el hecho de no saber qué decirse o qué hacer. Tal vez todo mejoraría cuando llegasen al piso de Bill.


—Pasa —dijo después de entrar por la puerta aventando las llaves al sofá más cercano que  vio—. Vayamos a mi pieza, será mejor en caso de que mi hermano llegue con alguien.

—Sí, claro.

Bill tomó dos botellas de licor, uno de whisky y otro de vodka de un improvisado mini bar que se encontraba en una esquina de la espaciosa y blanca sala, junto a dos vasos.

— ¿Hace cuanto que no nos vemos? —Andrew le ayudó con las botellas arrebatándoselas de las manos, caminando en dirección a la habitación, lugar donde había estado con anterioridad—. Jugar a los desconocidos es divertido y bizarro —sonrió mostrando una hilera de dientes blancos y derechos que contrastaban con su pálida piel. En la luz los ojos de Andrew se notaban destellar en un brillo azul.

—Tonto —insultó Bill en son de broma—. Se estaba poniendo interesante. Pero no, Andy debía arruinar el juego— dejó ambos vasos sobre la mesa de noche junto a su cama, sentándose sobre esta última.

El ojiazul sonrió dejando una de las botellas al lado de los vasos, para abrir la otra y servir en cada vaso cantidades mínimas de licor.

Bill pasó del alcohol para ponerse de pie y acercarse hacia su acompañante, besando son un rose de labios sin profundizar— Te extrañe aunque no lo parezca —agregó.

Con desesperación, lanzó a Billa a su amplia cama, besando con pasión y vehemencia, mordisqueando de vez en vez su labio inferior y jugando con sus lenguas cómo si de una guerra se tratase. El ambiente caluroso se hizo presente, haciendo que si en algún momento tuvieron frío ya no lo sintieran más.

Sus manos se movían por el cuerpo del otro, acariciando  con posesión y reconociendo todo el terreno que en otro momento habían probado. Con agilidad, Andrew fue el primero en perder una prenda que tiró ni bien la tuvo entre sus manos para luego desnudar al pelinegro de cabellos largos.
La habitación se envolvió en un ambiente vivo, cargado de gemidos y jadeos que resoban en plenitud.

~

Si bien la luz no lo había despertado  cuando amaneció y se coló por las cortinas, sí lo hizo el ruido que se producía afuera de su pieza. El choque de objetos metálicos le hizo llevarse ambas manos ha sus sienes y  acariciarlas haciendo círculos cómo si calamara su creciente dolor de cabeza.

Luego de una noche de fiesta sin medir control una detestable resaca era el resultado.

Sacó los pies de la cama, gruñendo por el dolor muscular que se acentuaba especialmente y para su desgracia en la cadera y pierna. Incorporándose en totalidad, buscó ropa limpia en su armario empotrado en la pared más próxima a su cama. Se puso unos pantalones de chándal sueltos y una camiseta vieja cualquiera para salir de la habitación.

—Buenos días —saludó bostezando. Vio a su hermano rebuscando en  el refrigerador.

—Buenas tardes, Tomi —corrigió Bill sonriéndole. Gesto que le fastidio al susodicho por su malestar—. ¿Hubo mucha ruma anoche? —bromeó sin quitar la sonrisa que se extendía de oreja a oreja.

Volvió a bostezar y arrugó el ceño al pensar sobre todo lo ocurrido después de que quedo solo en  la discoteca.

—Ugh —se quejó por el ruido del arrastre de una silla que él  mismo provocó—. Lo único que recuerdo son botellas de licor, hielo… un rubio de ojos verdes y lubricante. Y por el dolor en mi trasero debí de ser yo quien jugo de pasivo —hundió la cara entre sus manos—. Todo está fragmento  en mi cabeza.

Bill rió ante la resaca de su hermano. Sacó un blíster de aspirinas que   un cajón de la mesada de la cocina para ocasiones como esa; despertares insufribles.
Sirvió agua en un vaso, que le extendió rápidamente. El de trenzas bebió el agua a grandes tragos hasta no quedar ni una sola gota de líquido.

—La comida estará lista en cuento el café termine de prepararse —extendió tres platos a la mesa que había en medio de la cocina, puso sobre ellos huevos revueltos con perejil. Su especialidad—. Para ti una taza de café bien negro y cargado.

— ¿Bill? ¿Estás sirviendo para alguien más? —señaló el plato agregado. Usualmente eran dos, solo ellos dos.

—Andrew… Se quedo en casa y quería presentártelo. Tú sabes…

Frunció los labios, esperando una respuesta y obteniendo un insípido asentamiento de cabeza. Presentar a Tom un novio era sinónimo de formalidad, cosa que solo había pasado una vez hacia añosatrás.

—Siete meses de relación y un par de años de amistad y recién decides presentármelo y saber quién rayos es —se  puso de pie con lentitud, enfilando hacia la cafetera tomando la redonda jarra de pirex  y poniéndola sobre la mesa—. Ve a despertarlo y quita esa boba sonrisa, idiota.

Vio a su hermano dirigirse hacia su pieza mientras él se servía su taza de café humeante. Escuchó un sonoro portazo que le hizo arrugar la frente y maldecir.


—Andy —saltó sobre la cama, jugando—. Despierta, jodido perezoso.
Escuchó maldecir e insultos ahogados por la almohada con la que se cubría la cabeza evitando que la luz del día no lo molestara.

Sintió que las sábanas con las que se cubría eran haladas hasta dejar su desnudez al descubierto.

—Joder, Bill —refunfuñó, tratando de sentarse aún con los ojos entrecerrados y el ceño levemente fruncido.

—La comida esta lista y servida. Tom nos acompañara y te dije que te iba a presentar.

Lo recordaba, también recordaba que le había prometido dar buena impresión porque sabía que Tom era cómo su padre y  madre para Bill, así cómo Bill lo era para Tom al haber perdido a sus progenitores cuando aún eran adolescentes.

Se vistió sus ropas que estuvieron desperdigadas por el suelo la noche anterior. Estirándola un poco para disimular lo  rugosa que estaba. Bill  abandonó la habitación dándoles privacidad para que terminara de alistarse y parecer humano ante quien lo viera o al menos disimularlo.

Se peinó, calzó y enfiló a la cocina encontrando a dos personas sentadas alrededor de una mesa, conversando y compartiendo sonrisas.Saludó con un «Buenos días», que fue contestado al instante y fue invitado a tomar asiento.

La presentación fue simple; un intercambio de nombres y las manos siendo estrechadas para dar pasó a la comida que prosiguió en silencia sereno que fue roto con preguntas y palabras cómo: ¿Me pasas la azúcar? ¿Quieres más tostadas?


Pasada la tarde y apenas entrada la noche, Tom salió de casa diciendo que tenía trabajo pendiente.

— ¿Trabajo un domingo por la noche? —Preguntó con extrañeza el ojiazul, acomodándose en el sofá con un manta cubriéndole las piernas— ¿De qué trabaja?

—Nada importante —respondió Bill mientras encendía  la TV—, es arquitecto. De seguro fue por unos planos.

Andrew se encogió de hombros restándole importancia a las vagas respuestas de su novio. Estiró un brazo,  rodeando el cuello del moreno, acercando su cabeza junto a la de Bill. Ensimismados en lo que se transmitía en la pantalla de la TV pasaron el resto de la noche.


~


—Dijiste a primera hora y  aquí estoy. ¿Cuánto debo esperar para que me digas que hago en tu oficina en mis vacaciones? —su voz sonó cansada y sin ánimos. Estiró ambas piernas, recargándola sobre un escritorio, en frente suyo, con hojas y objetos de poca importancia— ¡Venga, habla de una vez!

—Vale, vale. Al menos un saludo no viene mal, Andy —el ojiazul bufó con falso enojo, girando la cara y evitando ver el rostro del hombre que tenía sentado al otro lado del escritorio. Un hombre envejecido por el trabajo. Su jefe, cómo le decía Andrew, un cincuentón de escaso cabello, griseado, pálido y con marcadas arrugas alrededor de los ojos y labios por sonreír.

—Las cordialidades no son lo mío, lo sabes muy bien, Horst—el receptor asintió ampliando su  sonrisa, extendiéndole un folio  color hueso —. ¿Trabajo?—Dijo tomando los papeles de dentro del folio— Al menos, espero, sea dentro del país.

La primero hoja de las tantas que cogió estaba en blanco. Rápidamente, la arrugó tirándola al suelo sin importarle la mirada desaprobatoria de su jefe. Al leer las primeras líneas y observar una foto tamaño carta engrapa por un clip, sintió la sangre bajar de su cabeza de sopetón y mareos que le nublaban la vista. Bajó los pies, sentándose correctamente para no caerse si seguía con poco oxigeno.

—Kaulitz —susurró. La garganta le ardía, las manos le sudaban y la sien le palpitaba—. Traficante de drogas, veintiséis años, Berlín —leyó saltándose textos poco importantes, hasta llegar a la parte que más pesadez le dio—.Único familiar: Bill Kaulitz. Hermano gemelo. Se ha  comprobado que trabajan juntos y un posible punto débil por su unión fraternal.

Tiró las hojas sobre el escritorio. Se palmeó las mejillas, pensando que lo estaba soñando y esto era una pesadilla, una de las peores, comprobando que no lo era.

Oyó que le preguntaron si estaba bien. A duras penas soltó un quejido que fue entendido cómo un .

— ¿Qué ocurre si me niego? —interrogó, acto seguido se mordió el labio resistiendo a soltar gritos por la frustración que lo invadía.

—No puedes. Te quieren a ti —sentenció Horst—. Ya han adelantado el pago y esta mañana ha sido depositada una gran cantidad en tu cuenta privada. Hasta ahora no te habías negado a ninguna oferta, ¿cuál es el motivo de que hoy sea la primera vez?

—Nada. Ningún motivo —se paró con brusquedad—. Te llamaré en cuanto localice al objetivo.
Sin más, salió dando un portazo haciendo temblar a los cuadros colgado en la pared.


~


Bill sostenía las bolsas  de compras cómo podía, quejándose por el dolor de sus dedos y la tirantez de sus hombros que provocaba el peso de las bolsas.

—Ayúdame, Tom —largó  las bolsas al suelo, suspirando. Estiró los brazos hacia arriba y vio a su hermano parado delante de él—. Por favor —pidió.

—Estoy llevando la misma cantidad de cosas y tal vez el mismo peso que tú. Deja de ser quejica y  camina. Falta poco para llegar al coche.

Sin darle más explicaciones, el trenzado le dio la espalda siguiendo el camino que había tomando antes.
Bill sabía que su hermano no era arquitecto y su trabajo no se especializaba en hacer planos  con diseños ingeniosos para edificios o nuevas casa. No. Tenía bien sabido que Tom desde los 18 años vendía y traficaba drogas de todo tipo.

No consumía, por petición del menor por no querer que algo cómo ese veneno los separa.

La “empresa”  de Tom, cómo le llamaba por camuflar aquel trabajo, había crecido de a poco, primero  como comprador y vendedor a pasar a tener un laboratorio clandestino, en el que se procesaba todo insumo que era necesario para que su resultado sea desde una pastilla Crack a hierba y cocaína, que eran camufladas y llevadas a diferentes distribuidores.
Una manera de llevarse dinero a los bolsillos con el vicio de otros.

Sin rechistar o dar otro quejido, Bill cogió las asas de las bolsas siguiendo el paso de Tom hasta donde se encontraba el coche. Escondido en un callejón por protección al saber que se había ganado enemigos en el negocio.

— ¿Hoy iras a algún lado? —preguntó bostezando, ya sentado  en el copiloto.

—No. Tengo algunos asuntos  en casa y tú unas cuentas que hacer cómo mi contador.

—Lo sé —Bill al descubrir el trabajo en el que su hermano se había metido, decidió que no lo dejaría solo así  implicara ser metido a prisión si Tom alguna vez era atrapado—. Al terminar iré al departamento de Andy.

—Vale —encendió el motor—. Llamaré a Georg  para que me haga compañía.


Despidiéndose de su hermano con un abrazo, se encamino hacia el estacionamiento del edificio, montándose en su coche negro, conduciendo hasta llegar de su novio ubicado a los límites de la ciudad alejado de todo.

No se tomo la molestia de avisarle que iría a visitarlo, quería que fuera una sorpresa.

Tocó dos veces la puerta con los nudillos, esperando paciente con una  sonrisa esbozada en el rostro.

No creí que vendrías tan rápido—escuchó desde dentro. La voz era desconocida, no era la de Andrew, era más gruesa y notablemente masculina.
Retrocedió unos pasos, esperando a que aquella persona abriera.
El sonido de la cerradura hizo fruncir  el ceño, sonando dos  clics y un cerrojo siendo corrido.

Expectante de que la puesta sea abierta no sintió a la persona parada detrás de él hasta que su boca fue cubierta por una mano de contacto áspero y tosco. Se resistió al arrastre desde un inicio, aunque atacado por el pánico solo pudo removerse entre los brazos de un posible agresor.

— ¿Qué  haces acá? —escuchó un susurró cerca a su oído ni bien fue arrastrado hacia una esquina oscura del mismo pasillo del tercer piso en el que se encontraba.
—Si iba a venir debiste avisarme —ya sin la mano sobre su boca, agitado por los nervios, respiró a grandes bocanas viendo  a su novio con un rostro pálido y ojeras notorias a través de su translucida piel.
Acortando espacio se pegó a su cuerpo abrazándolo  para tranquilizarse. Sintió que el cuerpo de Andrew pasaba de estar tensionado a un estado más relajado siendo correspondido por el abrazo dado.

—No pensé que era tan mala idea darte una sorpresa —murmuró con  la cara hundida en el hueco de entre el hombro y barbilla de Andy, respirando su aroma y perfume natural.

—Debiste haberme llamado. No costaba nada.

— ¿Acaso tienes algo que ocultar? Porque hay un hombre dentro  de tu departamento —se separó por completo del otro cuerpo, cómo si hubieran sido repelidos. Bufó. No hubo respuesta o replica por parte del ojiazul—. No diré más. Solo avísame en cuento quieras hablar.

Sin despedirse, camino por donde vino dejando  a un enojado Andy. Pero no con Bill, sino consigo mismo, enojadísimo.
Se sentía mierda, una peste que debía ser aniquilada de raíz.
En ningún otro momento ni en los más fríos y frívolos que él mismo había presenciado u ocasionado se sentía tan mal e indefenso.

Si continuaba con su “trabajo” perdería  algo importante en su  vida. Todo jugaba en su  contra.

Gruñó, maldiciendo su vida, su trabajo, la persona que era, caminando hacia la puerta de su departamento. Tocó con dos simples golpes, siendo recibido por un hombre rubio, de tamaño medianamente  más pequeño que él, de compostura gruesa por su musculatura.

—Gustav, estuviste a punto de abrirle  a mi novio—miró furibundo la expresión de sorna en el rostro del rubio—. El trabajo no se puede implicar con la vida personal —se dijo a sí mismo, siendo escuchado por el rubio.

—Creí que  era tú. Disculpa, un error lo comete cualquiera —se rió al recibir un golpe débil en el hombro por parte del ojiazul—. ¡Bah! Basta de bromas Biersack y dime si sabes dónde está Kaulitz. El trabajo de un asesino a sueldo también tiene fechas límites.

— ¿Cuánto tiempo queda?

—Cinco días.

Se frotó la cara con ambas manos ahogando un jadeo. Murmuró que iría a ducharse que dormiría si podía. No había pegado ojo durante un día entero por pensar en si debía hacerlo o buscar una manera de escapar de aquella mierda.
Camino al baño pensó en ahogarse en un ataque de cobardía, descartándolo rápidamente.

—Gustav, haré el trabajo solo —había  dicho ni bien salió del baño con una toalla a la cintura y aún empapado—. Lamento haberte llamado. Tengo que hacerlo solo y lo más pronto  posible.

No escuchó ninguna queja ni reclamo por parte de su amigo, un simple «Buena suerte» quedó atrapado en sus oídos sabiendo que no le ayudaría.


~


Bill no vio a Andrew en los siguientes tres días, tampoco recibió una llamada o mensaje. Se estaba planteando si realmente esa relación andaba bien, dándose cuenta que Andy estaba más tiempo alejado de él por viajes espontáneos que tenía por el trabajo que Bill desconocía. Aunque él no se salvaba de no haberle dicho de por qué no trabajaba fuera de su casa y por qué su hermano  era quién pagaba todo ni ninguna pregunta que le había hecho Andrew hacia meses.

«Todos tenemos secretos», se dijo mentalmente hundiéndose en su cama, cubriéndose de pies a cabeza con su cobertor.

La puerta de su pieza fue abierta dejando entrar al trenzado bostezando con  pereza. Se sentó al borde de la cama debajo de los pies de  su gemelo.

—Sal de la cama —estiró la mano jalando de donde pudo, el cobertor y destapando a su gemelo—. Durmiendo  todo el día no solucionas nada.

— ¡No te importa!
Tom intentó soltándole una cháchara que había estado lejos de levantarle el ánimo.

Cogió el móvil de Bill antes de salir, buscando el número de un contacto en específico. Presionó el botón de llamar siendo contestado al tercer timbrazo.

—No soy Bill así que ahórrate los saludos melosos —no espero respuesta y siguió—: Quiero que vengas y  soluciones lo que has hecho. No me gusta en lo más mínimo que mi hermano ande zombi todo el día respondiéndome a la mala leche todo lo que le diga.

—Iré para allá —fue lo último que oyó antes de que  finalizara la llamada. Satisfecho dejó la móvil devuelta en su lugar.



Estacionó su coche, derrapando. Se acomodó la ropa después de haberse sacado el cinturón de seguridad, revisando que siguiera liza y ordenada.

Abrió la  puerta de la cajuela, sacando un pequeño cofre negro cerrado con un candado pequeño. De ella extrajo un revolver Beretta 92 con silenciador, especial para casos que  lo requerían y su  favorita. Un juego de balar y un pañuelo fue lo último que obtuvo del cofre antes de enfilar hacia el edificio.

Subió escalón por escalón pensando en todo y al mismo tiempo en nada concreto.

Tom lo recibió con una media sonrisa, pidiéndole explicaciones del por qué se habían peleado si pensaba que todo iba bien. No respondió.
En un rápido movimiento, deslizó el  arma del bolsillo trasero de su pantalón apuntando directo al rostro de Tom. La sonrisa que hacia segundos tenía en la cara se volvió una mueca de sorpresa.

— ¿Por qué lo haces? —musitó Tom.

Andrew lo hizo caminar hacia el centro de la sala, aun apuntando con  el arma.

—Lo siento. Es trabajo.

— ¿Trabajo? Acaso… ¿enamoraste a Bill para poder matarme?

—No —afirmó—, definitivamente no.

— ¿Por qué? ¿Por qué quieres asesinarme? —Alzó unos decibeles el volumen de su voz—. Bill sufriría.
—Crees que no lo he pensado. Qué no sé que hago —dijo entre dientes, apretando el agarre que tenía sobre el revolver.
El miedo y adrenalina se mezclaban en niveles desiguales, el temor estaba latente.

— ¿Qué esperas? ¡Dispara! —animó, Tom—. No le tengo miedo a la muerta, tampoco lucharé por impedir que me mates.

Con su dedo pulgar sacó el seguro de la pistola, indeciso en disparar y terminar con su tortura interna.

—Antes de darte el placer de verme morir —en su rostro lucía una  serenidad perturbarte para su agresor—. Ojala que tu conciencia sea tan sucia si planeas seguir la  relación con Bill y espero que sepas cómo cuidarlo. Él querrá venganza.

—Ten por seguro que esto no es lo que quiero. Pero las cosas son así: eres tú o yo.

— ¡Y prefieres ser tú! —gritó. Sabía que Bill oiría, alertándolo si llegaran a matarlo.

— ¡Cállate! Me crispas los nervios.

Con pies descalzos el pelinegro salió de su habitación caminando lentor por su ensoñación. Los gritos lo despertaron y temió lo peor al reconocer cada palabra que se decían.
Sin importarle ser visto, entro en la sala encontrándose con una escena similar a la de una película haciéndosele irrealista.

—En realidad no sabes lo que haces por eso no disparas —provocó Tom. El rostro del Andy era miedo, confusión y enojo—. Si te han contratado para que yo muera has tu trabajo y termina de un buena vez.

Bill  sorprendido y asustado a la vez se repetía en la mente que eso no estaba pasando que era alucinaciones.

Con el cuerpo trémulo, corrió hasta llegar a su hermano y ponerse delante de él, siendo apuntado por el arma.
Lagrimas amargas se escurrían por el rostro de Andrew que limpió con su mano libre.

— ¡Largo, Bill! —exclamó Tom en un  tono enrabietado.

— ¡No! —sentenció. Miró directo a los ojos de Andy.

—Debo hacerlo, así tenga que perderte, tengo que hacerlo.

Con el seguro ya listo para ser soltado y disparar, apuntó con firmeza hacia  el frente. Contando hasta cinco  apretó el gatillo, disparando una bala que dejó la habitación con olor a pólvora quemada.

Soltó el arma que cayó al suelo y él de rodilla junto al objeto. Llorando por su impotencia. Rápidamente sintió ser rodeado por unos brazos que lo apretaron con cariño y un susurró que le hizo sonreír amargamente.

—Gracias.

El abrazo fue desasido para dar paso a un golpe; un puño directo a la quijada desencajándole la mandíbula—. Lo lamento pero te lo mereces.
Bill sacudió la mano al sentir el leve dolor en los nudillos, poniéndose de pie.

—Váyanse —les pidió con la voz aguda por los sollozos—. Al saber que no he cumplido contrataran a alguien más y no podré hacer nada.

—Genial —se quejó Tom—. Maldita desgracia.

Apartando a Bill de enfrente de Andrew, lo pateó hasta tenerlo encogido en el  suelo. Dejó solo a su hermano y a su, aún, novio.

—Deben irse —dijo con la voz encogida por el dolor—. Lo siento, de verdad, sé que disculpándome no cambiaré nada.

—No sé que decir o qué pensar. Te he llegado a querer demasiado. Ya nada tiene sentido.

—Si lo amas, déjalo ir. Que sea libre —dijo siendo escuchado por Bill.

Bill ayudó al ojiazul a sentarse cómo pudo para inclinarse hacia sus labios y besarlos  siendo aquel gesto una despedida.

—No te lo perdonaré, jamás, o al menos eso creo —limpió sus mejillas húmedas con el dorso de sus manos acomodándose el cabello—. Aun así, búscame.

Volvió a besarlo, profundizando un poco más. Compartiendo, tal vez, el último momento que tendrían juntos.

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